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Hasta el 8 de agosto aún puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe (1887-1986). A través de una selección de aproximadamente 90 obras, el visitante puede sumergirse en el universo pictórico de esta artista, considerada una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX. La muestra es, como así lo indica lo propia institución, un recorrido completo por la trayectoria artística de O’Keeffe, desde las obras de la década de 1910, con las que se convirtió en una pionera de la abstracción, pasando por sus famosas flores o sus vistas de Nueva York -gracias a las que fue encumbrada como una de las principales figuras de la modernidad de su país-, y hasta las pinturas de Nuevo México, fruto de su fascinación con el paisaje y la mezcla de culturas de este remoto territorio.
Magnificar la forma de una flor en un cuadro sacralizando su hermosura, extendiendo sus colores, sus pliegues y sus texturas hasta el punto de que sea su simetría la que se presente con un carácter ritual, revela una mirada de asombro hacia ciertos seres de la creación a los que se venera.
Entonces la pintura se hace tributo y homenaje a la belleza de lo natural.
(Sí; pero no solo…)

Es obvio que las flores pintadas resultan sensuales y hasta eróticas, porque lo son. Ese es uno de sus atributos esenciales, no por casualidad las flores preceden al fruto y precisan atractivo para polinizarse y lograr la fecundación.
Sin embargo, la mirada pintada de Georgia O’Keefe es más intensa que la de los instintos, y denota más el asombro intelectual que precede a un ensimismamiento cognitivo y a la búsqueda de lo magistral. Lo que proyecta en sus cuadros es algo más que una simple reproducción. Tampoco consiste solo en agrandar la imagen. La flor -la presencia deificada de la flor- es lo que preside el cuadro y a ella se lo dedica por completo.
La pintura como habilidad, como destreza y como capacidad, sirve para pintar cosas (horizontes, efectos de luz, escenarios urbanos, etc). Paisajes emocionales a través de los que nos habla del amor a su tierra: América, el desierto, las montañas; lo vivo de las flores; lo muerto a través de calaveras y huesos. Georgia impregna su pintura de lo que ocurre en su interior. Comparte su soledad como irremediable necesidad de expresar lo que nos remueve cada vez que contemplamos un nuevo atardecer.

Tómate un minuto para observarme, no soy solo una flor
Y también con una flor habla de cómo se siente: vulnerable, frágil pero conteniendo toda la fuerza misma de la creación. Delicada consistencia a merced de los vientos, del sol, de las tormentas. Pero aquí sigo. En pie. Ese es el don de una flor. Tómate un minuto para observarme, no soy solo una flor. Contengo todas las claves de la evolución y de la supervivencia.
Así se extasía plasmando la anatomía de una flor, y sus cuadros llegan a hacerse templos por y para presentar entronizada su imagen excelsa.
Fue quizá cuando Georgia entrevió que la pintura te aproxima ciertos límites y pone al alcance -por observación de lo que, de las cosas, muestran los cuadros- el hecho de pintar otras ‘facetas’ y otorgarlas existencia en esa, por crear, «realidad pictórica».

¿Qué hace una flor en mi cuadro? ¿Qué ‘cuadro’ hago yo con una flor?
Fotografía: Óscar Rivilla
Música: Electrophorus Music
Dirección de arte: Óscar Rivilla y Carolina Verd
Edición: Alexis Fernández en Cursiva Comunicación
Moda:
Looks creados en exclusiva para esta sesión performática por Ernesto Naranjo inspirado en la obra de Georgia O´Keeffe.