«Donde el camino se hace línea»: Pablo Armesto, alquimista de la luz

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Paul Klee decía que el artista plástico no reproduce lo visible, sino que “hace visible” lo que otros no ven (y no por casualidad era músico). En este caso, Pablo Armesto (nacido en 1970 en la ciudad suiza de Schaffhausen, donde sus padres habían emigrado, aunque vive y trabaja entre Asturias y Madrid) trae a la Galería Marlborough más de una veintena de obras en las que los elementos fundamentales, como en todo su trabajo artístico, son la línea, el espacio y la luz. Alegorías de lo que se oculta, o de lo que no se ve, por un artista que podría ser alquimista de la luz. Una oda a lo invisible que sustenta el mundo, gracias a sistemas de leds y fibra óptica combinados con metales lacados. Son “metáforas de energía (luz), pureza (esencia), arte (vida)”, según cuenta, hilos de luz y sombras, geometrías ágiles en continua mutación “donde el camino se hace línea”, haciendo honor al título de esta su cuarta exposición individual, abierta hasta el 17 de abril. 

Y quizá esa línea luego “se hace una capa, una capa que hace otra capa y al final se hace un volumen, una geometría perfecta de luz”, como expresa el propio autor; esa “geometría pura” que conecta con la tradición iniciada por Kandinsky en los textos de Punto y línea sobre el plano: contribución al análisis de los elementos pictóricos y la deriva de estos en el espacio, línea-plano, plano volumen. 

Sus piezas son hibridaciones entre esculturas e instalaciones a las que incorpora, a través de la tecnología más puntera, el factor tiempo. Como en dos de ellas, donde pone a caminar un punto de luz que se acaba convirtiendo en línea y su trayecto nunca vuelve a repetirse, evolucionando en total silencio ante el espectador. Algunas emergen desde un haz de luz central formado por líneas, y otras desde un círculo vacío central donde van a converger, llenando toda la sala y creando la sensación de que palpitan. Los focos de luz que en movimiento se convierten en líneas construyen palpitantes volúmenes que, por vibración energética, superan el espacio que las contiene. Partiendo de un conjunto central se dispersan hacia el marco que las delimita, queriendo vencer y trascenderlo. Y es que ese parpadeo de luz, esa forma redonda central, fruto de la suma de las líneas evoca la forma del mundo. Como la pieza “Sphere in progress”, una “instalación inversiva” que está dentro de un espacio proyectando una luz que nunca se repite gracias a un algoritmo: aparece, se va completando, no llega a desaparecer nunca del todo. Está viva, por intensidad, por tiempo, está girando constantemente… “La esfera es la metáfora de un planeta, de un sol o de algo que está vivo también o de un átomo, con lo cual estás escalando con esas escalas que no vemos. Y que es pura energía al final”, explica Armesto. 

“La lectura de la fibra óptica representa esa metáfora con el lazo que nos une”

Como si hablase de nuestra era, de la comunicación, de la conectividad, Armesto aborda en sus obras la materialidad, la energía y el dinamismo, la vida que late y muta en aparente discreto silencio, en una quietud destilada de geometría poética. Porque la presencia de la fibra óptica en el trabajo del artista asturiano también tiene una dimensión simbólica. Si en las redes viajan los datos, sus obras vinculan lo tangible y lo intangible. “La lectura de la fibra óptica es el material que nos relaciona en el siglo XX y XXI y representa esa metáfora con el lazo que nos une”, añade. “No quiero que haya color, solo fibra óptica”, afirma. Tal vez porque esa es su “no paleta de color”, la luz y la oscuridad y cómo se proyectan ambas, cómo se contrasta la fibra. Luz sobre blanco, luz sobre gris y luz sobre negro (aunque se llamen Nova 348, Nova Grey y Nova 271 black, nombradas según la cantidad de fibras que ha usado en cada pieza) en un continuo diálogo de unas con otras.

“Esta obra tiene 797 líneas”, explica al mirar una de ellas, y así la muestra. Casi 1.600 agujeros para colocar la fibra óptica desde la cual transmite ondas de luz. Es una pieza inmótica. Según comenta, quiebra la fibra óptica calculando el caudal de luz que quiere que emane de cada una y lo hace ver comparándolo con una manguera: “la pinchas y emerge el agua”. Descubrió que podía crear esto gracias a un error cuando estaba realizando una instalación sobre el genoma humano para una exposición en Alemania y se le “pellizcó” una de las fibras. “Así que esta instalación viene de un mal uso de la fibra”, ironiza. 

Una vibración chispeante que muta en silencio

En otras piezas se produce un efecto cinético cuando el que observa la obra se mueve por la sala, acentuando la sensación de dinamismo. En este fulgurante universo análogo, aparecen nuevas posibilidades de recorridos de luz cada vez que el espectador acciona, ofreciendo un resultado caleidoscópico y polisémico. La tensión concéntrica de cada una de las instalaciones y el campo energético alrededor de cada escultura de luz parece contener una vibración chispeante que muta en silencio. Aunque imperceptibles, los sonidos interiores del punto y del plano, parecen chocar el uno con el otro, se entrecruzan y son nuevamente despedidos en recíproco rebote. ¿A qué sonará nuestro mundo desde fuera? Las obras de Pablo Armesto parecen sonar a energía mutante, a flujo palpitante, a actividad vibrante, a transformación continua…

Su trabajo en los últimos años ha girado en torno a la ciencia y sus posibilidades estéticas, los fractales, los procesos, en una reflexión sobre lo macro y lo micro del Universo, ambos fuera del alcance del ojo humano. Unas esculturas de luz que bien podrían recordar a explosiones estelares, cristales de hielo, quarks, acaso mandalas. Como señala Alfonso de la Torre, autor del texto del catálogo: “Allí, en estas condensaciones de luz, tal ensayos sobre la aparición y la desaparición, en estos círculos que, ensanchados, poseen un centro habitado por las fugas, es donde reside el canto resistente de un artista presto a consagrar el silencio, una meditación poética desplazada al límite donde Armesto espera sea posible entonces el milagro”.

¿Y si me acerco y soplo?

Yo veo imaginarias formaciones asteráceas como en un diente de león, o luminosos especímenes fractales… Y si me acerco y soplo, lo que sucede ¿será un portal a universos paralelos? Tal vez pueda por un momento desprenderme de lo que envuelve a mis huesos, desmaterializarme y viajar a la velocidad de la luz. Al unísono, convertirme en funambulista y balancearme en una cuerda tendida sobre el vacío, persiguiendo un equilibrio siempre difícil de alcanzar. Sí, en esos mundos de puntos y líneas quisiera yo cobijarme y transitar, aunque solo fuera por un momento… Sé que me dirán que es imposible vivir bajo tanta presión, sometida a fuerzas opuestas, entre luz y oscuridad… Saltando de lo dinámico a lo estático. Vibrando…, y todavía en el temblor, desvanecerme. Pero quién no trata de ser equilibrista en este mundo… Mi guía será el sonido de la luz. Y allí, envuelta, tal vez llegue a entender por qué dicen que somos deshechos de estrellas antiguas. Puntos que se hacen líneas, viajes dimensionales, polvo de astros… “Incandescencias vibratorias, energías palpitantes hacia un tiempo que, como decía Baudrillard -y así recuerda de la Torre-, podría portar la esperanza de ser ilimitado, elevando la posibilidad de lo trascendente”…

Fotografía: Óscar Rivilla 

Música: Electrophorus

Dirección de arte: Óscar Rivilla y Carolina Verd

Edición: Alexis Fernández en Cursiva Comunicación

Moda:

Foto principal: vestido negro de Ernesto Naranjo

Foto 2: vestido negro de Fraile

Foto 3, 4 y 5: vestido negro de Fraile

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