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¿Cómo cambiar la percepción de la belleza a través de composiciones donde no existen figuras reconocibles? ¿Cómo se puede hablar de las reglas de la armonía del Universo a través de la observación de líneas y formas geométricas de color? ¿Cómo consigue Mondrian, mediante un lenguaje de líneas, ángulos rectos, colores primarios y colores neutros, atrapar nuestra atención y conectarnos a su sintonía?
Parece que el moderno entre los modernos, Piet Mondrian, logra, gracias a un lenguaje de equilibrio compositivo y ritmo asimétrico, una combinación entre el arte, la materia y el espíritu: evocar lo invisible a través de su pintura y capturar la armonía universal que resuena en el interior del espectador. Su propuesta ha ido más allá de lo pictórico y más allá del tiempo en el que fue concebida, y ha sido fuente inagotable de inspiración en la arquitectura, el diseño y la moda.
Este año, la exposición “Mondrian y De Stijl” en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), que reunió muestras del trabajo de Mondrian y de algunos de sus compañeros de movimiento, y la muestra digital “El caso Mondrian” en La Fundación March, que parece enfatizar el modo de mirar y escuchar en el espectador para articular nuevos espacios donde la obra de arte es tan libre como un espíritu, nos recuerdan que, a través de su obra, logró su objetivo: transformar el entorno visual del ser humano, pues el mundo contemporáneo está impregnado de mondrianismo. Y es que realmente parece haber marcado el rumbo del arte contemporáneo a partir de entonces.

¿A qué suena Mondrian?

Si fuese música, Mondrian sonaría a firme comprensión de ritmo visual, a armonía. Si te quedas un rato observando sus líneas, se abre un mundo de ángulos rectos y colores que parecen salirse de la superficie del cuadro y transformarse en una composición musical. Algunos podrían sonar a música académica contemporánea, como Composición A (1932). Las siete figuras geométricas emitirían una amalgama de métricas en la que la negra protagoniza el ritmo. El preeminente rectángulo rojo retumba grave y con peso, los cuadrados blancos extienden y sujetan la resonancia. A la derecha, el rectángulo azul vibra en diálogo con el rojo, ligero, ingrávido.
En New York City (1941), las líneas que atraviesan su composición cambian con respecto a las anteriores. Algo sucede, su ritmo se vuelve dinámico, casi un ritmo de jazz entremezclado con bullicio de calles de gran ciudad.
Locura alegre y vibrante, Broadway Boogie-Woogie (1942-1943), parece emitir la música que a Mondrian le encantaba bailar. Omite el negro y rompe las barras de color uniformes por segmentos multicolores. Rebotando entre sí, estos pequeños bloques de color parpadeantes crean un ritmo vital y palpitante, una vibración óptica que salta de intersección en intersección como el tráfico en las calles de Nueva York. Imagen perfectamente calibrada de colores intercalados con bloques grises y blancos, parecen sonar a libertad, a ritmo desenfrenado, a modernidad. Quizá a Mondrian le gustaba el boogie-woogie blues porque identificó la intencionalidad de este género como idéntica a su pintura: “Destrucción de la melodía, lo que equivale a la destrucción de medios puros, esto es, ritmo dinámico”.

El arte es en cada momento detector de corrientes
Un artista no está aislado. Mondrian, además de estudiar y aprender de los grandes maestros de la historia del arte, fue un artista de su tiempo y a través de su experimentación artística dialogaba con artistas coetáneos como Kandisky y Malévich, además de con los integrantes de De Stijl (El Estilo). Una revista creada por el pintor y crítico Theo van Doesburg, y una auténtica plataforma de difusión de las ideas de una nueva plástica (Neoplasticismo) y del desarrollo del arte abstracto a nivel internacional. Perseguían un mundo que, gracias a la colaboración entre todas las disciplinas, pudiera abolir la jerarquía entre las artes. Un cambio de paradigma hacia nuevos enfoques en el arte y el diseño.
Mondrian nació en 1872, en un pueblo de Utrecht, a la luz de una vela. Y murió en Nueva York en 1944, bajo luces fluorescentes. Le tocó vivir un momento de muchos cambios. Con el comienzo de siglo, numerosos acontecimientos anunciaban vientos de convulsiones y radicales transformaciones en lo político, lo social, lo moral, en lo religioso, lo científico, en el orden tradicional de las cosas, en las costumbres y, por supuesto, también en el arte. Quizá porque el arte es, en cada momento, detector de fenómenos, de nuevas corrientes. Al igual que la guerra lo destrozó todo de manera abrupta, la desvinculación con el orden establecido en el arte se manifestó contra aquello que parecía evidente por indiscutido: la ruptura visual, la descolocación de lo reconocible y el interés por el color. Y así fue cómo Mondrian, icono del arte, consiguió cambiar un poco el mundo a través de su obra, desvinculándose de lo conocido y haciendo una propuesta novedosa que demostraba que la pintura podía liberarse del marco y otras influencias e, incluso, determinar el propio entorno en que es presentada. Las artes visuales del siglo xx anunciaban el nacimiento de una nueva forma de arte abstracto geométrico que supo conquistar el mundo y configuró la modernidad.
Fotografía: Óscar Rivilla
Música: Electrophorus
Edición: Alexis Fernández en Cursiva comunicación
Maquillaje y peluquería: Sara Trueba
Dirección de arte: Óscar Rivilla y Carolina Verd
Moda: La Musaraña Vintage
magnifico!!!
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¡Gracias, cómo me alegro que te guste!
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