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En la obra de Francis Bacon (1909-1992) no hay escapatoria para las figuras que pinta, atrapadas en una eterna convulsión, en una batalla sin fin. Parece como si al pintarlas se realizara un intento de sincronización de movimientos sorprendidos por flashes entre estados tensionales opuestos que no llegaran nunca a encontrarse. Figuras aprisionadas sin descanso, en una danza de carne atormentada en la que lo exterior descarna lo que hay en el interior.
Reflejando la distorsión que la presión de la vida impone a la forma, la sensación es que la figura central ha quedado atrapada por la jaula transparente que la rodea. ¿Quién no se ha sentido nunca atrapado en batallas con uno mismo? ¿Quién no se ha sentido alguna vez un personaje de una tragedia griega? Bacon sí, y con él quien observa su obra.

Bacon: desfigurar la figuración. Influencias
No todo en la obra de Bacon es entraña y desgarro autobiográfico. No es todo la representación de la carne trémula de sus modelos deformados y los rostros descompuestos de papas velazquianos. Párrafos abstrusos de las obras de Esquilo, Nietzsche y T. S. Eliot, Bacon los tradujo en atmósferas y motivos pictóricos. La experiencia de leer los temas de las fuerzas destructoras presentes en la tragedia griega y la inutilidad de la vida, parte de la obra del filósofo alemán, además de los temas de violencia presentes en la poesía T.S Eliot, le convencen de que la obra perfecta se nutre de las fuerzas destructoras de Dionisos y de la belleza de Apolo.

Bacon no se convirtió en artista por vía convencional alguna. Si bien en sus inicios se apuntó a esporádicas clases de dibujo, nunca asistió a escuelas de arte tradicionales. En los primeros años de su vida profesional, trabajó en diseño de interiores, pero pronto decidió abandonar esta actividad y experimentar con las artes plásticas. Se convenció, y lo constató de modo autodidacta, después de ver una exposición de Picasso en la galería de Paul Rosenberg en París, a finales de los años 20. La obra de su admirado Picasso le llevó a explorar cómo distorsionar la forma orgánica relacionada con la imagen humana; lo que se ha adoptado en llamar desfigurar la figuración.

Todos tenemos dos ojos, una boca, una nariz, pero ¿son siempre iguales?
Para Bacon, el realismo debía reinventar, regenerar o hasta degenerarse. Crear formas capaces de sintetizar lo real, capaces de formular con precisión el movimiento de la vida misma; tener la capacidad de captar su vibración y dejar sus huellas grabadas en pintura. Procesando la pintura en una mezcla de observación meticulosa, de expresión instintiva y hasta de latigazo repulsivo sobrerreal.
Como si con sus pinceladas pudiese reflejar la transformación de nuestro gesto, de nuestro cuerpo, a través de nuestro sentir ―como en un fotograma de película sin lugar definido. Conseguir de una forma tangible hablarnos de lo intangible del ser, liberando y exponiéndolo a exhibirse, con todo su dramatismo, a la luz y a la crudeza de los colores.
Obsesionado por la vida, gracias a los lugares que encontró, las personas que conoció, los artistas que le inspiraron, los libros que le transformaron, los tiempos que experimentó, etc., reconstruyó a través de su obra sistemas para atrapar esa vida que se escapaba. Y así es como, atrevido hasta el ultraje sin pudor, este artista logró apuntar directamente a nuestro sistema nervioso.

Exposición: «Bacon con todas sus letras» en el Centre Pompidou de París hasta el 20 de enero de 2020.
Comisario: Didier Ottinger
Fotografía: Oscar Rivilla
Música: Dr Symptosizer
Edición: Alexis Fernández en Cursiva Comunicación
Dirección de arte: Oscar Rivilla y Carolina Verd
Moda:
Trajes de chaqueta de Bleis Madrid; ropa interior de Black Limba cortesía de Globally Press.